El elixir de la eterna juventud
Las culturas primitivas consideraban que la sangre de los animales transmitía energía vital y por eso se la bebían.
Los egipcios desarrollaron buena parte de su cultura en la creencia de que el faraón era un ser inmortal, de ahí la importancia que daban a la construcción de las pirámides y a todo el proceso de momificación.
Posteriormente se consideró que el aliento era el transmisor de la vida. Se creía que con el último aliento se expulsaba el alma y que el aliento divino otorgaba la vida. Así, el romano Claudio Hermippus afirmaba haber vivido 115 años al aspirar de forma continua el aliento de las jovencitas.
Otro de los grandes mitos de la inmortalidad es la búsqueda del Grial. En los siglos XII y XIII se formó el mito del Grial; este proceso consistió en cristianizar la tradición celta existente. El primero que escribió una historia sobre la búsqueda del Grial fue Chrétien de Troyes, aunque quedó incompleta por al muerte del autor. Este primer relato, sin embargo, ni conserva íntegramente sus rasgos celtas ni tampoco propone una interpretación cristiana. Poco después del relato de Chrétien, Robert de Boron, escribió una trilogía en la que se argumenta de manera definitiva el sentido cristiano al mito. Su historia transcurre en tiempos de José de Arimatea y el Grial es el vaso en que se recogió la sangre de Cristo.
En la Edad Media, las historias servían para educar a quienes las oían. Así, no es de extrañar que uno de los motivos de las cruzadas fuese hallar el santo Grial que, según decían, confería la inmortalidad o curaba a quién bebía de él.
Al mismo tiempo, mientras los caballeros iban a Jerusalén para conquistar lo que ellos denominaban territorio santo, los alquimistas buscaban con sus pócimas hallar la piedra filosofal para poder convertir todos los metales en oro y encontrar el elixir de la vida que les permitiese lograr la inmortalidad. De esta manera, hacia el siglo X en China se descubrió la pólvora. Se tiene constancia que en esa época se comenzaron a vender elixires milagrosos de manera ambulante por toda Europa.
En la época del Renacimiento la búsqueda de la fuente de la eterna juventud se asoció con la de El Dorado.
En los siglos XVI y XVII fueron habituales las historias que narraban rejuvenecimientos súbitos entre los alquimistas y las prolongaciones antinaturales de sus vidas gracias a la disolución de la piedra filosofal en agua destilada. Decían que la sustancia resultante era capaz de eliminar de manera selectiva el agua pesada de los tejidos haciendo que estos no envejecieran. Se creía que al tomar una gota de este elixir cada seis meses se eliminaban todas las toxinas del cuerpo, aunque luego se caían las uñas, los dientes, los cabellos, que posteriormente volvían a nacer; también se decía que desaparecía la necesidad de comer y la de evacuar y la transpiración era más que suficiente para eliminar líquidos. Lo que sí es cierto es que se conoce la fecha de nacimiento de muchos alquimistas pero no la de su muerte.
A medida que el tiempo iba pasando se hacía evidente que los métodos que se probaban
para conseguir el elixir de la eterna juventud, fracasaban. Los sistemas cada vez se hacían más pintorescos e incluso extravagantes.
En la Edad Moderna aparecieron un conjunto de personajes que probaron una serie de técnicas según ellos infalibles para regenerar el cuerpo y poder vivir más.
Así, el conde de Cagliostro, noble nacido en Palermo en 1743, ideó un sistema similar al de los capullos de seda: la persona que quería regenerarse debía desnudarse, tumbarse en una cama, envolverse en una manta y durante un mes alimentarse solamente de caldo de pollo. Cagliostro afirmaba que pasados unos días el individuo perdería el pelo y los dientes hasta debilitarse al máximo, pero a partir de ahí comenzaría un proceso regenerativo que le devolvería los dientes, el pelo y la juventud. Obviamente, la persona que se sometiese a este “tratamiento” cumpliría la primera parte por la acción del escorbuto al no tomar nada de vitamina C, pero jamás recuperaría los dientes, el pelo y aún menos la juventud.
En 1777 murió Johannes de Philadelphia, un brujo de Gottinga conocido entre la nobleza por sus trucos de magia. Cuenta la leyenda que los restos del brujo fueron encerrados en un tonel con una pócima creada por él. Éste se abrió a destiempo y en su interior encontraron los restos de un embrión humano a medio desarrollar.
El alquimista más conocido del siglo XVIII fue el conde de Saint Germain de quien Voltaire hace referencia en más de una ocasión. Su primera aparición fue en Londres en el año 1743 y ya se rumoreaba que era mucho mayor de lo que aparentaba. Saint Germain tuvo la destreza de hablar de diferentes acontecimientos históricos del pasado de manera que parecía que había sido un testigo ocular y afirmaba haber conocido a Julio César y a Poncio Pilatos. Quienes le conocieron notaron que nunca parecía cansado, jamás comía ni bebía en público e ignoraba sexualmente a las mujeres. Murió en 1784 en el castillo de Carlos de Hesse-Cassel en Landgrave mientras éste estaba ausente, aunque muchos aseguraron haberle visto posteriormente en distintos lugares y en diferentes fechas hasta bien entrado el siglo XX.
Con el desarrollo de la ciencia se comenzaron a buscar otros sistemas para alargar la vida y aparentar la juventud, así cada vez se crearon más cosméticos y progresó una parte importante de la medicina moderna.
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